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Ens vem colar (audio conte infantil)

La casa del lago

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Lo que debía hacer ahora era iniciar las obras de la casa del lago. Ana la había recibido en herencia de su tío Marcos. Se la había dejado porque sabía que ella disfrutaba de la naturaleza y además siempre había querido tener una casita fuera de la ciudad. Ahí estaba, ahora era suya. La casa no estaba mal, pero le apetecía hacer algunos arreglos para dejarla a su gusto.  El lugar era fantástico, parecía mentira que todavía existiera un sitio así. Estaba muy cerca del diminuto pueblo y a dos pasos de la carretera principal. A pesar de no estar lejos de la civilización, cuando uno se acomodaba en el porche mirando al lago parecía que el mundo civilizado estuviera a leguas de distancia. En el pueblo había quién no estaba de acuerdo con la decisión de Marcos. Él había comentado, en más de una ocasión, que la casa la dejaría al Ayuntamiento para que hiciera un centro de interpretación de la zona. Sin embargo, durante su enfermedad cambió de parecer. Cuando se lo dijo a Ana, a ésta le

Cuba

No había ido a Cuba para ir a la playa y beber ron en uno de los bares del resort para turistas. Ella disponía de una semana y lo que le sacaba de quicio era estar en manos de otros, tener que esperar una llamada, una visita... No estaba de buen humor y no le ayudaba el tener que soportar la felicidad estúpida de los turistas que la rodeaban con sus sonrisas y sus niveles etílicos fuera de lo habitual. Pasó dos días sin noticias, pero al tercero, estando todavía en la cama y mientras el sol de la mañana se filtraba por la habitación, tres golpes secos en la puerta le dieron un vuelco al corazón. La camarera venía a avisarle de que tenía una visita en el vestíbulo    -la está esperando- le dijo con una sonrisa pícara. A los treinta minutos Lucía estaba delante de un mulato espectacular que le sonreía y que le pidió que desayunaran juntos. El hombre no tenía prisa para entrar en materia. Parecía estar cortejándola a la manera caribeña. - Venga ya -le dijo ella. -No teng

El llimoner i el muntacàrregues

No en tenia de llimones allà d’on era, una terra despullada que plorava pedres vermelles i a ells, als homes i dones, se’ls assecaven les llàgrimes sota un sol que, sovint, els fèria com un deu venjatiu. Al més gran d’aquella família no li va quedar un altre remei que fugir desprès d’arrencar amb ràbia els arrels que el lligaven al seu mon ressec. De cop. Marxar. En arribar a la ciutat se li va omplir de pors el cos. Era un migrant amb lletres majúscules. Havia abandonat la família, el poble, els camps erms i... la misèria. Però la ciutat del seu destí no era tant lluminosa como s’esperava. La va trobar fosca, trista i humida. Per sort uns parents llunyans el van acollir en un pis on no hi havia lloc per a ningú, però que malgrat això, sempre hi cabia un més. Tot i el respecte que tenia als carrers,   el jove havia de buscar feina i havia de començar el més aviat possible. Vivia al Poblenou i allà mateix les fàbriques li oferien el que ell estava cercant. Va trigar poc a entr

El hueso

¡Por fin había conseguido el permiso; ya podía edificar! La tierra que había recibido en herencia iba a servir para asegurarme un futuro tranquilo. En el pueblo ya habían levantado edificios destinados a apartamentos para los turistas; a mí tardaron en darme la autorización, pero por fin llegaba mi hora. Los planos los tenía desde hacía tiempo: 4 alturas y un parking subterráneo. Cuando llevaban ya dos semanas excavando, tomé a mi hijo de 17 años por el brazo y lo arrastré a la obra. Mira por donde mi hijo Pedro al ver como las máquinas arremetían sin piedad contra la tierra, la tierra que mi familia había trabajado durante años con sus propias manos, se quedó fascinado.   Y pasaron los días y él cada semana encontraba unas horas para escaparse a la obra y buscar un lugar tranquilo donde sentarse. Yo lo había visto allí en más de una ocasión y si no lo veía me daba cuenta al ver en qué estado llegaba su ropa. ¡Suerte que era verano¡ Un día me preguntó qué había plantado m

Mañana empiezo a sentir

Mañana empiezo a sentir. Este fue el título que finalmente escogimos para la película, aunque yo tenía muchas dudas al respecto porque intuía que los espectadores, con este título, esperarían una película sentimental, metafísica, cualquier cosa menos una cinta de humor como la que habíamos finalizado. El día del estreno, la directora, yo, había decidido quedarme en la última fila de la sala. De hecho, me planteaba salir corriendo según fuera la reacción del “respetable”.   Os anticipo que fue un día memorable. A los pocos minutos de abrir la puerta de acceso al cine, casi adelanto mi intención de salir corriendo. La gente iba llegando mojada hasta los tuétanos. Fuera llovía a cántaros y ni los mejores paraguas habían conseguido proteger al público. Empezamos bien, me dije; los espectadores entraban malhumorados, dejaban los paraguas fuera de la sala y pasaban por mi lado como si yo no fuera más que un mueble afortunado que se había salvado de la tormenta. Nadie me reconoció, norm