El hueso
¡Por fin había conseguido el permiso; ya
podía edificar! La tierra que había recibido en herencia iba a servir para
asegurarme un futuro tranquilo. En el pueblo ya habían levantado edificios
destinados a apartamentos para los turistas; a mí tardaron en darme la
autorización, pero por fin llegaba mi hora.
Los planos los tenía desde hacía tiempo: 4
alturas y un parking subterráneo. Cuando llevaban ya dos semanas excavando,
tomé a mi hijo de 17 años por el brazo y lo arrastré a la obra.
Mira por donde mi hijo Pedro al ver como las
máquinas arremetían sin piedad contra la tierra, la tierra que mi familia había
trabajado durante años con sus propias manos, se quedó fascinado. Y pasaron los días y él cada semana
encontraba unas horas para escaparse a la obra y buscar un lugar tranquilo
donde sentarse. Yo lo había visto allí en más de una ocasión y si no lo veía me
daba cuenta al ver en qué estado llegaba su ropa. ¡Suerte que era verano¡
Un día me preguntó qué había plantado mi
abuelo en aquella tierra. Curiosamente esa fue la primera parcela que el abuelo
había dejado abandonada. Le expliqué que habitualmente estaba llena de trastos:
piezas de tractores, rastrillos, trillas, pero cultivos, no, yo no lo
recordaba. Según me dijo mi padre, el abuelo maldecía con frecuencia ese trozo
de tierra que, sin motivo aparente, odiaba hasta el abandono.
En las conversaciones que mi hijo mantenía
con su abuelo, mi padre, Pedro fue recuperando recuerdos la familia y
paralelamente iba encontrando objetos escondidos entre la tierra ahora
revuelta. Un día me pidió un lugar para él en el sótano de nuestra casa. Estaba
muy entretenido poniendo estanterías y etiquetando lo que iba recuperando y
francamente, yo en el fondo estaba encantada, porque era la primera vez que veía
el entusiasmo, la preocupación y las ansías por saber en mi hijo.
A finales de agosto, después de un día de
intenso trabajo para Pedro, regresó a casa con un objeto que se cuidó de
envolver en un saco para no hacerlo visible. Me extrañó tanto secretismo, así
es que me bajé al sótano y encontré a mi hijo en un silencio alarmante sobre
algo que no conseguí ver. Él al oírme se giró bruscamente y me pidió que me
marchara que “estaba trabajando”
Al día siguiente me interrogó sobre lo que
había ocurrido en el pueblo durante la guerra. Qué familia era de un bando,
cuál de otro. Quién había tenido que marcharse a Francia. Qué había ocurrido
con los republicanos que se habían quedado en nuestro pueblo, si había habido
represalias y un largo etc. etc. y al final ¿por qué el bisabuelo decía que esa
tierra estaba maldita?
Enseguida vi por donde iban los tiros y no
tuve más remedio que ponerme, también yo, a investigar. En el Ayuntamiento me
dijeron que echara un vistazo en el archivo comarcal, sobre todo teniendo en cuenta
que no sabía exactamente lo que buscaba.
Pedro no hacía más que sacar huesos y claro
está, ahora ya hablábamos del tema abiertamente. Sus sospechas iban en la
dirección que yo había supuesto. Él estaba obcecado en saber si había realizado
fusilamientos masivos en el pueblo. Efectivamente, como en la mayoría de
pueblos de la comarca los vencedores habían dado “el paseo” a varios vecinos, a
aquellos que confiados no habían huido al exilio. La memoria, a pesar de todo,
había pervivido y averigüé las familias que habían sido víctimas; en cuanto a
las personas que habían colaborado, delatado, injuriado… esas quedaban más o
menos en el anonimato. Toda esta información la compartía con mi hijo y lo que
nos atormentaba era que no había ningún indicio de que la parcela de nuestra
familia hubiera albergado alguna fosa común. De hecho, localizamos las fosas en
los alrededores del cementerio y también junto al camino que iba a la ermita de
la Virgen del Corazón, pero en nuestro terreno nada.
Como yo estaba completamente abocada en la
investigación, seguí adelante y un día en el Archivo Comarcal encontré, entre
otras publicaciones, una colección de revistas históricas de veterinaria, la
mayoría del año 1936, que me llamaron la atención. Contenían artículos sobre higiene
y sanidad y otros de investigación pura y dura. Buscando noticias sobre nuestra
comarca, hallé unos ejemplos sobre lo que no se debía hacer y, ¡sorpresa¡ una
noticia destacada relataba que, al inicio del 1936, se había dado en nuestra
localidad una epidemia que había acabado con casi todas las cabras de nuestro
territorio. Y ¿qué hicieron con ellas? Seguía explicando el articulista que se
había cavado una gran fosa en un terreno del pueblo para enterrar a los
animales. Parece ser que los veterinarios no podían aceptar una actuación así y
para hacer pública y efectiva la denuncia, marcaban en un plano el lugar exacto
en el que se habían sepultado a las cabras. En el mismo artículo instaban al
Ayuntamiento a que, dentro de sus posibilidades, corrigiera el error y, si no
era posible, insistían para que en el futuro se habilitara un lugar para
proceder con las incineraciones.
No teníamos que buscar más, el terreno
marcado era el nuestro. Fin de la historia.
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