La mentira

Hoy 10 de diciembre cumplo 60 años. No está mal, ¿no? Y, como en los últimos treinta años, estoy nerviosa porque el día 12 se celebra la cena a la que, por cierto, cada vez asistimos más personas.

Este año, una conversación con mis hermanos planificando el día de Navidad me ha dejado tocada, hemos recordado a nuestro hermano y también a nuestro padre. Nuestro padre, hace ya años que se fue, sin embargo, su ausencia sigue produciéndonos un profundo dolor, sobre todo a nuestra madre. Mi madre, mis tías y mis 3 hermanos con sus familias vendrán a mi casa a comer, nos juntaremos todos, 17, hace dos años éramos 18, mi hermano Javier se nos quedó en la carretera…

Me gusta que venga la familia. Me gusta estar todos juntos. Sin embargo, desde hace 30 años en esos momentos siempre me angustia el secreto. Muchas veces me he preguntado si, no explicándoles lo que sucede el día 12, estaba mintiéndoles. Es verdad que ese día, ya que tengo que ausentarme, siempre invento una excusa para mi marido y mis hijos. Al resto de la familia no les digo nada y por lo tanto no necesito mentir. ¿Ocultar una verdad que podría afectarles a todos, es una mentira? Pero es que ellos me pidieron que no dijera nada. Lo que ocurre es que sólo me invitan a mí y sé que esto les dolería a todos, sobre todo a mi madre.

Yo a partir del día 1 de diciembre espero la invitación en la que se especifica, sin más detalles, el lugar, el día y la hora. Hasta ahora no ha fallado ningún año. En alguna ocasión he intentado indagar los motivos por los cuales excluyen al resto de la familia. ¿Podría ser que hubiera otras cenas a las que yo no estuviera invitada? ¿Otros días del año en otros lugares que organizaran cenas con los otros y me excluyeran a mí?  Qué curioso, esto no se me había ocurrido nunca, quizás sea así y todos ocultamos al resto de la familia esas cenas que tanto reconfortan.

He decidido que el día 12 les preguntaré si el próximo año podemos ir todos o como mínimo mi madre, mis tías y mis 3 hermanos, es decir la familia más próxima.

La cena siempre se organiza en una ciudad o pueblo no demasiado lejos de Barcelona, máximo a unos 100 km. Yo siempre me busco un hotel y me quedo a dormir después de la cena.

Cuando llegue el día 12 lo primero que haré, como siempre, es instalarme en el hotel a media tarde y descansar un rato y esperar a que llegue la hora de la cena…

Me gusta quedarme a dormir en el hotel y no volver a mi casa hasta el día siguiente…Y es que necesito guardar la emoción y sentirla durante toda la noche. Cuando todos se han ido, sola en la habitación del hotel, me recreo recordando todo lo ocurrido durante la cena: las sonrisas, los abrazos, los besos, los gestos de aprobación o de preocupación y sobre todo ese ambiente en el que yo soy el centro, aunque no lo quisiera, porque para mí, los importantes son ellos. Los echo tanto en falta durante todo el año que en unas horas quisiera explicarles todo lo que ha sucedido en este tiempo, todo lo que he pensado y además quisiera, sí, quisiera abrazarles más, besarles más, mirarles más, pero…. sólo tengo la cena, unas horas y luego, otra vez sus ausencias. Es por todos estos sentimientos por lo que necesito la noche para guardar en mi corazón lo sentido, para seguir teniéndolos a todos ellos cerca de mí, para recordarles, para no olvidarles.

Y cada año, durante esa noche, que es sólo mía y de ellos, pienso en el resto de la familia y de cómo he de disimular durante la comida de Navidad, precisamente ese día, en el que todos hablan de ellos y yo soy la que no dice nada, sólo sonrío porque los he visto, hace tan poco….

Ellos duermen mi sueño, yo nunca dejaré de asistir a la cena, porque si así lo hiciera, ¿qué sería de ellos ¿