Cuba


No había ido a Cuba para ir a la playa y beber ron en uno de los bares del resort para turistas. Ella disponía de una semana y lo que le sacaba de quicio era estar en manos de otros, tener que esperar una llamada, una visita... No estaba de buen humor y no le ayudaba el tener que soportar la felicidad estúpida de los turistas que la rodeaban con sus sonrisas y sus niveles etílicos fuera de lo habitual.

Pasó dos días sin noticias, pero al tercero, estando todavía en la cama y mientras el sol de la mañana se filtraba por la habitación, tres golpes secos en la puerta le dieron un vuelco al corazón. La camarera venía a avisarle de que tenía una visita en el vestíbulo   -la está esperando- le dijo con una sonrisa pícara.

A los treinta minutos Lucía estaba delante de un mulato espectacular que le sonreía y que le pidió que desayunaran juntos.

El hombre no tenía prisa para entrar en materia. Parecía estar cortejándola a la manera caribeña.

- Venga ya -le dijo ella. -No tengo tiempo para jueguecitos. ¿Me va usted a explicar lo que sabe?
- Sin lucha, mi amor - le respondió el mulato.

Frase que dejó descolocada a Lucía y que pasados unos días comprendió que era frecuente en la isla y que significaba que se tomara la vida de forma relajada, sin prisas.

En Barcelona, rebuscando entre unos papeles que su madre había dejado junto a algunos prospectos de Cuba, había encontrado un teléfono anotado. Gracias al descubrimiento logró contactar con el hombre que ahora tenía delante. Él le había dicho que no le iba a explicar nada por teléfono, si quería hablar con él, sólo tenía que viajar hasta la isla.

Allí estaba, así es que finalmente, y después de los preámbulos, empezaron la conversación que ella tanto ansiaba. Quería saberlo todo. En qué o en quién se había gastado el dinero su madre. Qué había hecho durante las vacaciones de hacía un año y medio y durante las que vinieron después, porque, ¿acaso no era extraño que su madre hubiera ido cuatro veces a la isla durante el último año?  Y por supuesto, estaba muy interesada en averiguar a quién había conocido, si alguien de allí conocía sus planes y con estos datos, ella podría deducir por qué su madre no le explicaba nada, aunque  había intentado sonsacarle información en más de una ocasión.

Silvio, el mulato, dejó que Lucía sacara de dentro todas las preguntas, no la interrumpió, únicamente le sonreía y cuando ella parecía haber acabado, el hombre le declaró su amor por Mercedes.

-Su madre es una mujer extraordinaria, generosa, bella y con las ideas muy claras.

-¿Pero usted tiene alguna idea de cómo ha sido la vida de mi madre? ¿Sabe que cuándo se quedó viuda, tuvo que trabajar sin descanso para mantener la empresa en el lugar que estaba y claro está, también ocuparse de la familia? Sí, sí, van unidas, la compañía era como su propia familia. Las dos lo eran todo para Mercedes y por supuesto, ahora para mi hermano y para mí. Desde hace tres generaciones que mi familia se dedica a este negocio y ahora, cuando yo vengo a investigar lo que se le ha perdido a mi madre en Cuba, ¿usted me dice que Mercedes es su amor? ¿Qué sabe usted de la vida de “esa mujer bellísima y de su historia? ¡Claro… qué tonta! claro que lo sabe. Una vieja rica, ¿no?

El mulato intentó tomarle la mano que ella retiró con un gesto violento.

- Lamento que Mercedes no se lo haya explicado… ya me dijo que a usted se le haría difícil entenderlo. Vamos a hacer una cosa. Usted disfruta de un día de playa y mañana la vengo a recoger a esta hora para darle una vuelta por la isla. No me responda, -le dijo poniéndole un dedo en los labios- no tiene otra más que estar de acuerdo conmigo. Disfrute, mi amor.

“Y dale, que amor ni que ocho cuartos” -pensó Lucía, pero.... en estas estaban cuando el mulato se levantó, le besó la mano y se marchó.

 -Hasta mañana… mi amor.

-Era lo que imaginaba -se dijo- mi madre ha enloquecido. Cuba era el lugar ideal para enamorarse, para sentirse una mujer deseada, al fin y al cabo, solo tenía 68 años y estaba magnífica para su edad.

Hacía un par de años que Mercedes había dejado de trabajar y había traspasado todas las responsabilidades del negocio a sus hijos.

-¡Sorpresa!

Por la noche recibió una llamada de su madre para preguntarle dónde estaba, supuestamente ella no había salido del país, sólo se había tomados unos días de descanso.

-En Lloret - le casi escupió al auricular

- ¿Lloret? pero si tú no lo soportas

-Pues mira yo también tengo sorpresas... -le dijo en un tono irónico.

Y aquí se acabó la conversación, pero antes de colgar Mercedes se despidió con un…

-Hasta pronto, mi amor.

Al día siguiente Silvio estaba allí a la hora prevista. “Vaya mierda coche” pensó Lucía. Estuvieron recorriendo pueblos del interior, pueblos de verdad, le dijo él. Lucía aunque impaciente, parecía disfrutar de la jornada. Y a media tarde, Silvio le susurró: “y ahora viene la sorpresa”. Entraron en un pueblo escondido de la Sierra.

-¿y ahora qué? le dijo ella, ¿un baño en los lugares sagrados de la revolución?

-Bueno, si quiere.... pero en realidad desearía mostrarle otra cosa

Paró el coche delante de una casa de nueva construcción en una especie de plaza sin asfaltar.

Lucía entró en la casa animada por su acompañante y al instante apareció una hermosa mujer negra que la abrazó diciéndole,

-Igualita a su madre, ¿un cafetito?

Y luego un patio y luego algarabía de niños y luego......

- ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estamos aquí?

-Mire mi amor, -empezó Silvio, es muy sencillo, su madre de usted la primera vez que vino a Cuba conoció a Marcelo, un viejo maestro, ahora se lo presentaré, y quedó prendada de él, pero por sus ideas, su vitalidad, su lucha y tras largas conversaciones surgió esta fantástica realidad. Mercedes nos ha ayudado mucho y no solo con dinero, sus ideas, su fuerza, su facilidad para organizar ha hecho posible esta escuelita para niños con problema físicos que no puede viajar hasta la escuela de Bueycito.

La cara de Lucía era un poema, entonces Silvio se dirigió a ella

-Mercedes creía que era mejor esperar a que nuestro proyecto funcionara y fue discreta para evitarles disgustos si esto no llegaba a buen puerto. Pero usted se adelantó y ella pensó que era mucho mejor que lo comprobara por sí misma.

¿Entiende ahora porque aquí todos amamos a Mercedes?




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