La peluquería
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Rosa,
no saques las fotos del álbum. Si quieres mirarlas, bien, míralas, pero déjalas
donde están.
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Tía,
si es que en el álbum no las veo bien. No te preocupes que luego las dejaré en
su lugar. Dime una cosa ¿esta foto, cuándo fue?
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A
ver… sí, era el día de la inauguración de la peluquería. Mira que me costó
trabajo conseguir que tus abuelos me ayudaran económicamente, pero al final, lo
logré. Fue un día perfecto, todo en su sitio, todo perfectamente ordenado: los
tintes, los cepillos y peines, los líquidos fijadores, en fin para que
contarte…tenía una peluquería de ensueño y desde le primer día funcionó a las
mil maravillas.
La gente del barrio, como me conocía desde niña,
fue viniendo. Es verdad que muchas mujeres lo hacían por curiosidad; probaban y
como era tan moderna, quedaban encantadas. Los primeros seis mese s no paramos de trabajar. Yo, al principio, sólo
tenía una chica para lavar el pelo, pero… creo que al segundo mes ya contraté a
Manoli. Déjame esa foto, hija…, sí, la que está medio rota; mira, esta es la
Manoli; ¡guapa la puñetera! y además, trabajaba a las mil maravillas.
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¿Quién
hacía las fotos?
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Pues
tu abuelo, que después de todo estaba orgullosísimo de mí, y de vez en cuando
se pasaba y nos hacía fotos.
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Pero
si casi no hay.
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Se
habrán perdido. Busca un poco, seguro que encuentras alguna más.
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Dime,
tía ¿por qué casi nunca hablas de la peluquería? ¿Por qué la cerraste? Recuerdo
que de pequeña siempre oía el mismo comentario: “mira que tuviste mala suerte,
Rosalía” y luego la abuela, suspiraba.
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Cosas
de viejos, ¡a mí que me cuentas! Que quieres hija…son cosas que pasan y no
siempre apetece recordarlas.
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Sí,
mira, aquí he encontrado tres fotos más.
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Estas
dos son de un sábado que no paramos de trabajar y el abuelo, dale que te pego
con las fotos ¿no ves que no le hacíamos ni caso? ¡Sólo las clientas parecían
divertirse con la fama! Bueno… y es que fue todo tan extraño…Todo empezó el día
que una clienta, una señorona, vino a teñirse y yo, pues hice lo de siempre,
pero lo que pasó después… ¡ay me pongo mala sólo de recordarlo! Al peinarla se
me quedó la cabellera en las manos, imagínatelo, ¡qué desastre! Yo creí morir,
no sabía que hacer. Cerré y fui con la señora corriendo al médico. Según dijo
el dermatólogo, no podía ser otra cosa que unos líquidos en mal estado. Ese
mismo día telefoneé a los que me los habían vendido y nadie sabía darme una
explicación, pero era buena gente, así que al día siguiente vinieron y me
cambiaron todos los tintes. Yo seguí, pero siempre con el miedo en el cuerpo.
Cada vez, y eran muchas, que debía teñir me ponía enferma; entonces Manoli se
ofreció para hacerlo ella. Pues bueno, que no sé cómo, pero a partir de ese
día, ella parecía la dueña. Y yo, tonta que era, la dejaba hacer.
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Pero
entonces, la peluquería seguía funcionando ¿no?
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Sí,
claro, otro día que estaba yo peinando a una señora, el secador me explotó en
las manos y la pobre mujer casi se muere del susto y yo, ni te cuento, otra vez
se me metió el miedo en el cuerpo. Yo no entendía nada, porque, además, no era
sólo eso… cada día, cuando entraba en el local, me encontraba con que todo
estaba en desorden, me pasaba una hora poniendo las cosas en su sitio. Empecé a
pensar, hasta que un día lo vi claro. Eran los enanitos.
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¿Los
enanitos?
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Sí,
hija. Habían entrado, no sé como, pero seguro que se habían instalado el día
antes del percance con los tintes. Durante el día, mientras trabajábamos, yo
estaba al acecho, vigilaba continuamente y claro, ellos no se atrevían a salir.
Con disimulo cada vez que cogía un producto miraba, sí, miraba por todos los
rincones porque notaba su presencia, a veces incluso oía sus risas, se reían de
mí, se divertían a mi costa. La Manoli los conocía, es más, seguro que fue ella
la que los trajo porque, mientras yo lo inspeccionaba todo, ella me miraba con
extrañeza, pero yo sé que en realidad lo que hacía era asegurarse de que no los
encontraba. Además, ella, cada día más amable conmigo y con las clientas, me
decía: “Qué le ocurre, Sra. Rosalía? descanse un poco que yo ya me ocupo… ¡Y
tanto que se ocupaba!
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Pero,
tú seguiste trabajando ¿no?
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Sí,
seguí todavía algunos mese s, pero
fue como un infierno. Llegó un día en que decidí que la única solución era
quedarme a dormir en la peluquería. En cuanto cerraba yo me quedaba dentro,
intentaba mantener los ojos abiertos, pero siempre acababa rendida y entonces…
ellos salían y jugaban con mis cosas y al despertarme, otra vez todo en
desorden. Más tarde caí enferma, yo no me acuerdo mucho de lo que pasó después.
Tus abuelos me ingresaron en un hospital y cuando salí, habían traspasado la
peluquería y claro, ya puedes imaginarte quien se la había quedado.
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La
Manoli ¿no?
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Claro.
Se salió con la suya, hija.
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Tía y
el resto de las fotos, ¿no decías que el abuelo hacía muchas?
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Sí,
sí. Pero tuve que romperlas. Si las hubiera conservado, los enanitos se habrían
escondido en ellas y entonces los tendría instalados aquí, en casa.
Que ingenuidad. Asi hay mas de una. Me gusta
ResponderEliminarInnocència! :):)
ResponderEliminarEls mina irons del Pallars
ResponderEliminarMolt bo aquest ...
ResponderEliminarmolt maco. M'ha agradat!!
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