Esos ojos
De pronto abrió los ojos. Unos ojos cualesquiera, hubiera dicho su mujer. “¿La mujer de quién?”. Le vino a la
cabeza la pregunta ya que él no tenía mujer; o eso era lo que recordaba.
Suspiró. Ahora casi todo le daba igual. Tenía un terrible dolor de cabeza. No
sabía dónde estaba, aunque tenía algunas pistas. Los ojos le quemaban. El dolor
irritante le recordaba el crepitar de los troncos en el hogar, ese conjunto de
sonidos tan característico que provoca una música difícil de olvidar. Sin embargo,
sus ojos no hablaban: por el momento solo sufrían, quizás de la misma manera
que lo hacen los troncos expuestos al fuego. Su madre había estado allí, su
perfume envolvía todo el ambiente; era inconfundible. Así pues, no estaba solo;
alguien se preocupaba por él. Pero... ¿y su mujer? Esa que creía no tener y que
sin embargo sabía que existía. ¿Cuándo pensaba verle? Parecía evidente que él
no podía moverse, notaba su inmovilidad. No le importaba. No le apetecía
explorar nuevos mundos, se dijo cínicamente. Además... no sabía a donde podía
ir. Al menos en este lugar se estaba caliente. Fuera llovía.
- ¡“Los ojos de Julia”! esa película
con Julia como protagonista. Así se llama mi mujer: Julia. ¿Y si grito su nombre?
Quizás aparece y siento su presencia. Ver, ver… lo estoy viendo todo: el mar en
verano, la nieve en mi pueblo, esos inviernos largos llenos de frío en esos
lugares de almas heladas, de almas buscando calor en lugares equivocados. Días
y días, todos encerrados, todos atemorizados por el frío exterior; siervos del
tiempo. Quizás sea ese el motivo por el que esté hoy aquí tan solo... podría
ser que el tiempo los tuviera a todos prisioneros. Pero, honestamente, ¿quiénes
son esos todos? Veamos. Otra vez ese verbo que se repite en mi mente. Sé que mi
madre utiliza un perfume persistente; sé que fuera hace frío; que en mi pueblo
nieva; que en verano voy al mar; que mi mujer, si no es una invención de mi
mente, se llama Julia; sé que aquí no parece que haya nadie; sé que no puedo o
no quiero moverme. Pero también sé que hay alguien que se ha metido en mi mente;
que ha estado pensando por mí; ha sido él quien ha hablado de mi madre, de mi
mujer.... ¿Soy yo o es él quien recuerda? ¡Que cansancio! Elucubrar me agota.
Sí puedo voy a dormir, pero... oigo unos pasos... se están acercando; alguien
intenta abrir la puerta... ahí está: siento su presencia a mi lado, su aliento,
su aliento caliente se me está acercando…
- Miguel, ¡buenos días! Hoy es Navidad y hoy es el día. No tema nada. Quiero
que esté tranquilo. Dentro de una hora vendré para ver el resultado... Todo irá
bien.
- Y así fue: Me sacó el vendaje y mis nuevos ojos me regalaron la visión de
un mundo nuevo. Julia, no apareció. De vez en cuando viene a la librería una
hermosa mujer de unos 60 años que me mira a los ojos y sonríe; siempre sonríe
mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Se llama Julia. Un precioso nombre
para no olvidar.
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