Las mariposas
No le conocí otra afición. Rodrigo, un amigo
íntimo de la familia, pasaba los veranos en la casa de la montaña donde nos
juntábamos varias generaciones y convivíamos durante todo el verano. Este
hombre, este amigo de todos, desde los abuelos hasta los más pequeños, era un
amante de la naturaleza y sobre todo un experto en mariposas. Y nosotros, los
niños, aleteábamos a su alrededor para saber cada vez más de ellas y también,
claro está, para cazarlas y luego, sin piedad, martirizarlas clavándolas en un
corcho o guardándolas entre las páginas de algún libro o sencillamente
abandonándolas en alguna estantería. Rodrigo procuraba que todo lo que
aprendiéramos de él estuviera acorde con la naturaleza y se esmeraba en
explicarnos todo lo que sobre ella sabía.
Nuestro verano estaba repleto de los colores
de las mariposas. En nuestra casa había a cientos. Bueno, quizás exagero, pero
era inevitable no interesarse por un insecto que, sin ser molesto, nos rodeaba
continuamente. Supe, gracias a Rodrigo, que existen unas 200.000 especies
distintas y que todavía no se han estudiado todas. Él se reía animándonos a
convertirnos en descubridores de especies.
Los veranos, uno tras otro, avanzaban
teniendo a Rodrigo y sus explicaciones como la parte más intelectual de nuestra
actividad infantil y juvenil. Aunque cada año volvíamos sobre el tema, nuestras
expectativas respecto a las mariposas fueron siempre satisfechas ya que nuestro
amigo, cada año nos aportaba nuevos conocimientos.
Había un tema que siempre me preocupaba y
entristecía y era el hecho de que las mariposas, según decían, sólo vivían un
día. Me quedé más tranquilo cuando Rodrigo me explicó que no era del todo
cierto. Vivían poco, pero el promedio era de alrededor de un mes. Las pequeñas
solían vivir aproximadamente una semana y algunas, muy especiales, 12 meses.
A mí no me entraba en la cabeza que en tan
poco tiempo alguien pudiera tener una “vida”.
Rodrigo, divertido, me explicaba que tenía que aprender que el tiempo no
era igual para cada ser. Las mariposas con su corta vida, según la vara de
medir de los humanos, podían llevar a término todo su ciclo vital.
Sin embargo, yo me miraba las mariposas e
intentaba darles prisa, corre, corre, que
en pocas horas te mueres ¡!! les decía, y me parecía una pérdida de tiempo
su revolotear sin ton ni son. Tantas vueltas le daba que pensé en hacer algo
por ellas, algo que les recordara que tenían muy poco tiempo y para ello no se
me ocurrió otra cosa que sacrificar a una de ellas. Era un mal menor.
No me resultó fácil, cacé la mariposa más
grande que pude, de hecho, lo hice gracias a Rodrigo y aunque él insistía en
saber lo que pensaba hacer, no le dije nada.
Junté mi obsesión por el tiempo, lo que yo
suponía inconsciencia por parte de las mariposas y el agradecimiento a Rodrigo por sus enseñanzas y encargué a un relojero de la ciudad un reloj en el que,
quién marcara las horas fuera una mariposa.
La sorpresa para Rodrigo también fue
importante. Comprendió perfectamente lo que significaba ese intento mío de
lucha contra el tiempo y también lo importante que él había sido para mí.
Emocionado, cogió el reloj y se lo llevó a su habitación. A mí me dedicó una
amplia sonrisa acompañada de un escueto gracias.
El tiempo siguió y cuando muchos años más
tarde Rodrigo murió, me dejó en herencia, además de numerosos estudios de
ciencias naturales, el reloj de la mariposa con una nota escondida en la parte
trasera que decía:
Ya ves, has conseguido
algo increíble, la mariposa, finalmente vivirá más que yo
Muy romántico.
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