La música
Llevaba todas las
sinfonías en la cabeza, aunque como es natural, siempre tenía las partituras
delante a la hora de dirigir. Hoy era un día excepcional, había decidido que
sería la última vez que tomaría la batuta. Su carrera iba a finalizar con Mendelssohn;
la italiana.
Desde hacía algún
tiempo le sucedía algo que no podía controlar. Su mente se había convertido en
un caballo desbocado. Sin pausa alguna, la música se reproducía en su cabeza
mezclando sinfonías diversas; parecía que algunos de sus compositores
predilectos se habían puesto de acuerdo y ahí estaban los compases de Beethoven
intercalados con los de Mendelssohn, incluso Mahler se había atrevido a cortar
la novena por la mitad…
Le angustiaba este
hecho, pero al mismo tiempo le divertía el resultado. Al principio lo había
atribuido al cansancio y por ello se retiró durante un tiempo. Sin embargo, a
la vuelta de su estancia en el balneario todo seguía igual.
Hoy iba a dirigir
un concierto que sabía de memoria, lo había ensayado con la orquesta sin sacar
los ojos de la partitura y todo había salido a las mil maravillas, así es que
estaba tranquilo.
Ahí estaban todos:
el público, la orquesta, los trabajadores de la sala…; todos los ojos puestos en
sus manos; ahí estaba el poder de la música; ahí estaba la belleza a punto de
ser expuesta… y de pronto, él cerró los ojos. Sólo él sabía que era la última
vez, sólo él sabía que tenía el poder de conjugar todas las melodías en una y
se lanzó. Dejó a un lado la partitura, miró al cielo buscando la respuesta y
lanzó a los músicos una sonrisa, “vamos allá, chicos”. La música se expandió
por la sala, atronaron al mismo tiempo los sentimientos de los más grandes y él
después de dos horas de éxtasis, cayó rendido al amor por la música.
Los periódicos del
día siguiente dieron la
noticia. El mejor director del país había muerto a los dos
minutos de iniciar el concierto. Según dijeron su rostro denotaba una profunda
felicidad, la que sólo los que han visto el paraíso pueden imaginar.
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