Soledades Hopper




En cualquier lugar puede darnos un pálpito, aunque el lugar en cuestión sea el menos propicio para pensar, sentir, ver…  Ese día yo estaba con el agua hasta el cuello y no en sentido figurado, efectivamente me encontraba en una piscina municipal, a esas horas, prácticamente vacía. Disfrutaba de un carril para mí sola y me apoyé a descansar durante unos instantes en el borde de la piscina, cuando de pronto sentí que ya no estaba allí, lo que estaba viendo me había trasladado a algunos cuadros de Hooper que, sin embargo, éste no había pintado.

La tenía frente a mis ojos; la mujer del medio cuerpo estaba en el jacuzzi, inmóvil, lejana, ni siquiera pestañeaba, sin embargo, yo podía escuchar sus pensamientos, a pesar de que ella intentaba por todos los medios parar cualquier actividad cerebral; allí estaban ellos luchando por aflorar y a mí me llegaban como si de los míos se trataran. De pronto empecé a pensar como ella, a sentir como ella, a sufrir como ella, a llorar, no como ella, porque yo lloraba y a ella se le secaban los ojos. De pronto vi como la mujer se deslizaba y desaparecía debajo del agua, sin que nadie, con excepción de mí, la viera. Nadie, nadie, se había dado cuenda y yo con su angustia, me ahogaba en mi llanto, sin poder mover ni un solo músculo.

Como si de un pase de diapositivas se tratara desvié mi vista hacia la imagen de un hombre que estaba tumbado dentro de una de las saunas. Apenas se le distinguía, parecía dormir en las humedades. Intenté no mirármelo, no quería que volviera a ocurrirme lo mismo que con la mujer, pero esta vez los pensamientos que me llegaban estaban llenos de optimismo; de pronto descubrí que volvía a estar dentro de una persona y sentí que éste se había dormido; me había metido en sus sueños y por suerte eran placenteros, aunque desordenados.

Otra vez me vino a la mente Hooper, allí estaban sus figuras solas, sus soledades en compañía, allí estaba la humanidad a la deriva.  Eché nuevamente una ojeada al hombre y aliviada comprobé que él seguía durmiendo y yo respirando. Me sumergí e hice dos largos y mientras descansaba nuevamente me llamó la atención un hombre mayor que daba vueltas alrededor de la piscina; procuraba no arrastrar los pies, sin embargo, los arrastraba; procuraba mantenerse erguido, sin embargo, se curvaba a cada paso. Caminaba mecánicamente y tenía un único pensamiento, contaba sus pasos hasta que se descontaba y volvía a empezar; no me llegaba ninguna emoción, parecía que se había olvidado de pensar, de sentir… y yo de pronto noté como el vacío me había invadido y avanzaba rasgando las paredes de mi cuerpo, arrancando todo lo que hallaba hasta que una sacudida de dolor hizo que me dejara ir. Floté durante unos instantes en el agua clorada; no llamé la atención de nadie, ya que, a sus ojos, los pocos que había, parecía descansar.  Yo intentaba no sucumbir al dolor que me estaba atormentando. Por el rabillo del ojo, vi al hombre viejo sonreír maliciosamente. Él me había engañado, él era la causa de la desesperación de la mujer, él era el que estaba podrido por dentro, pero él era el único que conseguiría salvarse.

El hombre dormido no se levantó nunca más. La mujer murió ahogada y yo os cuento esto mientras me tienen en una cama de hospital esperando los resultados de unas pruebas para ver hasta que punto el ictus me ha afectado el cerebro.

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