El silencio



Estábamos sentados frente al fuego, cada uno en un sillón, él con el periódico y yo dormitando con los pies prácticamente dentro de la chimenea. Todo muy bucólico ¿verdad? Pues no, no os lo creáis, en realidad habíamos discutido violentamente y al final, cansados de tantos dardos nos abandonamos cada uno a lo suyo sin ni siquiera mirarnos. Pedro tenía por costumbre mandarme continuamente, haz esto, haz lo otro y claro sin por favores ni gracias.

Nos habíamos casado hacía 3 años, en realidad fue otro mandato de Pedro. No me preguntó, como suele ser habitual, si quería. No, no fue así, me escribió un correo electrónico cuyo contenido parecía más un pedido para el supermercado que una propuesta de matrimonio; además me hacía algunas recomendaciones para que pudiera organizar el evento yo sola, ya que él estaba, como siempre, muy ocupado.

Yo estaba alucinada, pero le admiraba tanto ¡!!! Nos habíamos conocido en el trabajo, Pedro se dedicaba a loa organización de eventos en la entidad y yo entré como su secretaria. Su eficacia era admirable y él todo el santo día me estaba mandando y por eso en casa él hizo lo mismo, mandar.

Lo que más me fastidiaba era que para los compañeros era un tío fantástico y yo una mujer con suerte por estar con él.

Pedro se expresaba maravillosamente bien sus manos, su dedo índice me indicaba cuando tenía que poner la tele, cuando tenía que dejarle sólo y salir del estudio porque tenía que concentrarse. La palma de la mano mirando al cielo y ascendiendo en el espacio significaba que subiera la calefacción y así hasta la saciedad. Yo apenas podía hacer nada, ni leer, siempre pendiente de sus gestos. Había pasado de ser su secretaria en la oficina a su esclava en casa.

Por suerte después de casarnos, a Pedro le habían ascendido y yo seguí como secretaria de su substituta. No es que fuera un encanto, pero como mínimo descansaba un poco de mi marido durante unas horas.

Yo quería tener hijos, pero Pedro cada vez que hacíamos el amor me señalaba el cajón con los preservativos, que, para variar era yo la que tenía que comprar. Un día le envíe unos dibujos infantiles y un escrito hablando de formar una familia y él me respondió con un vídeo que en 30 imágenes ilustraba la angustiosa vida de una pareja con 4 hijos. En fin, que también en esto él había decidido que, de hijos, nada de nada.

Todo esto me estaba pasando hoy por la cabeza delante del fuego. No sé de dónde me salieron las fuerzas, pero siguiendo su estilo, cogí el teléfono móvil y le envié un “whatsapp”: - Adiós Pedro, mañana haré la maleta y me iré. Como siempre tengo que hacerlo todo yo, me ocuparé de ir al abogado para tramitar nuestro divorcio –. Se quedó pasmado cuando lo leyó. Me miró y con cara desconsolada me señaló su corazón; yo, como respuesta le dibujé un interrogante en el suelo y por si no le quedaba claro, hice como si me lo arrancara y lo arrojara al fuego. Mi corazón se había consumido.

Al día siguiente me levanté temprano, preparé un par de maletas, fui al salón. Pedro seguía durmiendo en el sofá, le sacudí y le señalé mis labios para que pudiera leer claramente que le abandonaba. Después di un portazo al salir que ni él ni yo escuchamos.


Hoy en la ONCE me han dicho que Pedro estaba abatido, yo liberada por fin, escribí “hoy vuelvo a ser yo”

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