El mar de ida y vuelta
- Hijo, ¿has
recogido ya la caja del pescado?
- Sí padre, estoy
revisan… ¡padre!, venga usted, aquí hay algo…
- Déjame ver…, esto
no es nuestro; devuélveselo a Dolores.
-
Dolores, tenga, esto estaba en la
caja…
-
Sí, ya lo sé Xiu Long, pero dáselo
a tu padre porque creo que habla de vuestro país.
-
Él ya lo ha mirado y…
-
Yo no hago nada con esto,
llévatelo –¿Sardinas?, sí, bonita, ¿cuánto te pongo?
-
Padre, no se ponga usted así, no es más que una historia
-
Sí, sólo una historia…
-
Deme, padre; siéntese, yo le leo:
“Hace ya seis meses que estoy en Vietnam. Sigo sin
entender nada de lo que me dicen, y para ser justo, mi presencia, cuando hace
ya algunos años que todo acabó, les sorprende o les atemoriza, no sé.
A él lo encontré acurrucado en un portal, desde entonces
me sigue; le sigo.
Es viejo, muy viejo, sus ojos miran al cielo y desde hace
unos días al mar. Ahí, mirando las olas, empezó su juego con las manos: arriba,
abajo, abriéndolas, cerrándolas, extendiéndolas…Intenta explicarme algo. No le
entiendo. Yo le alimento, le abrigo, le conduzco por entre la gente y cuando
sus ojos se pierden en la nada, desesperados, le siento frente al mar.
Nos estamos acostumbrando, el uno al otro y quizás sea
por eso que ahora tenemos más paciencia. Él dibuja en el aire y también en la arena. Yo hablo en voz
alta al tiempo que escribo lo que voy interpretando y él, que entiende algo de
mi lengua, asiente cuando acierto. Hoy parece que por fin empezamos ha
comprendernos y por primera vez ha descansado complacido.
La historia es un misterio: alguien que estaba pero que
ya no está; un hombre habla con un niño pequeño, ¿su hijo?; a lo lejos, una mujer y una niña.
Mi anciano los señala y luego, se lleva la mano al corazón. No sigue. Se aleja
de mi lado; llora; se cansa; se tumba y duerme. La brisa borra su historia y
deja la arena limpia para la siguiente y cuando se despierta, otra vez los
dibujos:
El hombre le explica al hijo que se fue, que huyó, que
las bombas caían a su alrededor, que tuvo miedo, que ahora tiene
remordimientos, que los abandonó, que no puede volver, que tiene miedo, ahora
otra vez: de no saber, de no encontrarlos, de no volver nunca, nunca, de
desaparecer, otra vez, entre el humo, las bombas, sin ellos.
-Es la guerra,
padre. La suya ¿no?
- La nuestra, hijo.
Tuya también, tú te quedaste sin tu madre, sin tu hermana, sin tu abuelo…
-Sí, padre. ¿Por
qué no me has hablado más de ellos?
-Ya te dije como
desaparecieron. La bomba cayó en nuestra casa, no quedó nada.
- Y nosotros,
¿dónde estábamos?
-En el campo Xiu
Long. Y que un camión pasara por allí nos salvó la vida. Todavía
recuerdo la casa ardiendo… Suerte tuvimos de poder salir de ese infierno.
-Y luego, España.
-No, primero
estuvimos en Francia, hasta que Xim Nin me propuso montar este restaurante en
Madrid…pobre Xim Nin se murió sin volver… yo…, yo no quiero morirme sin pisar
mi tierra, hijo…y si eso pasa, al menos tú vuelve, vuelve y mira y escucha y
pregunta, que te digan, que te expliquen para que comprendas que es mejor no
tener memoria…
-Claro, padre. No
se preocupe, déjelo. Váyase a dormir.
-Deja esa historia
hijo. Bueno…haz lo quieras…
Y mi anciano me dibuja el fuego, los gritos, la niña
quemada, la madre con ella en brazos, fuera, buscando ayuda. Desesperación,
desesperación. Y correr, correr hasta el hospital, a salvo. Y luego el tiempo,
largo, y la espera, la espera sin noticias, de ellos, la última vez entre humo,
la última vez en un camión, la última vez...
Yo intento saber más, y le pregunto dónde están ellas y
dibuja un mapa de Vietnam y me señala el pueblo donde lo encontré y dónde están
ellos, y me señala su corazón y llora y dibuja un tremendo interrogante en la arena. Y me mira y me
coge la mano, los dos, juntos, buscando, buscándolos, lejos, lejos…
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