Entradas

Mostrando entradas de 2006

La peluquería

-           Rosa, no saques las fotos del álbum. Si quieres mirarlas, bien, míralas, pero déjalas donde están. -           Tía, si es que en el álbum no las veo bien. No te preocupes que luego las dejaré en su lugar. Dime una cosa ¿esta foto, cuándo fue? -           A ver… sí, era el día de la inauguración de la peluquería. Mira que me costó trabajo conseguir que tus abuelos me ayudaran económicamente, pero al final, lo logré. Fue un día perfecto, todo en su sitio, todo perfectamente ordenado: los tintes, los cepillos y peines, los líquidos fijadores, en fin para que contarte…tenía una peluquería de ensueño y desde le primer día funcionó a las mil maravillas. La gente del barrio, como me conocía desde niña, fue viniendo. Es verdad que muchas mujeres lo hacían por curiosidad; probaban y como era tan moderna, quedaban encantadas. Los primeros seis mese s no paramos de trabajar. Yo, al principio, sólo tenía una chica para lavar el pelo, pero… creo que al segundo mes ya contraté

Pobres hombres

- ¿Suso? Hola, soy Sinda. - ¿Cómo estás? - Bien, bien, bueno… un poco nerviosa. - ¿Y eso? - Es que quería hablarte de unas libretas del tío Amado que encontré entre los papeles de mi padre. - ¿Un diario? - No exactamente… prefiero explicártelo cuando nos veamos, porque es un poco complicad. He pensado ir a A Coruña dentro de quince días, tengo un par de días de fiesta y si a ti te va bien, llegaría el viernes por la tarde. - Sí, sí, no hay ningún problema. ¿Te quedarás en el pazo? ¿no? - Sí, gracias Suso. Sinda, es decir Gumersinda, ya que este era el nombre que había heredado de su abuela, estaba muy inquieta por el contenido de las libretas. Su padre había muerto hacía 10 años y durante todo este tiempo no se había animado a enfrentarse con las cajas de papeles que se había traído a Madrid después de su muerte. Suso habló con Sinda algunos días más tarde. - Sinda, soy Suso. Tu llamada me metió el gusanillo de la curiosidad en el cuerpo y he estado remo

En el corazón

Mar io se había empeñado en hacer ese viaje. Su hija intentó convencerle para que lo aplazara, sin embargo, él quería ir a Madrid. Lo tenía todo planeado, levantarse temprano, desayunar leyendo los periódicos del día y luego, con el placer que produce saber que no hay nadie que te espere, sin prisas, escoger el museo para visitar. El corazón le latía con fuerza cuando se subió al tren. Su hija había acudido a despedirle y no paraba de darle todo tipo de recomendaciones, “no te canses, papá, no olvides tomarte las pastillas, si te sientes mal ve inmediatamente al hospital” De eso era de lo que precisamente huía, por unos días quería olvidar lo que había pasado en los últimos mese s cuando su corazón dijo basta y, en su lugar, le pusieron otro que latía con una fuerza renovada. Era como si a este corazón nuevo le hubieran dado, al igual que a él, una segunda oportunidad y ambos tenían el deber de aprovecharla. No le apetecía conversar con nadie, no obstante, a su pesar, tuvo que