Pobres hombres




- ¿Suso? Hola, soy Sinda.
- ¿Cómo estás?
- Bien, bien, bueno… un poco nerviosa.
- ¿Y eso?
- Es que quería hablarte de unas libretas del tío Amado que encontré entre los papeles de mi padre.
- ¿Un diario?
- No exactamente… prefiero explicártelo cuando nos veamos, porque es un poco complicad. He pensado ir a A Coruña dentro de quince días, tengo un par de días de fiesta y si a ti te va bien, llegaría el viernes por la tarde.
- Sí, sí, no hay ningún problema. ¿Te quedarás en el pazo? ¿no?
- Sí, gracias Suso.

Sinda, es decir Gumersinda, ya que este era el nombre que había heredado de su abuela, estaba muy inquieta por el contenido de las libretas. Su padre había muerto hacía 10 años y durante todo este tiempo no se había animado a enfrentarse con las cajas de papeles que se había traído a Madrid después de su muerte.

Suso habló con Sinda algunos días más tarde.

- Sinda, soy Suso. Tu llamada me metió el gusanillo de la curiosidad en el cuerpo y he estado removiendo papeles e incluso me he metido en Internet para investigar si hay algo sobre nuestra familia.
-¿Y qué?
- Encontré el árbol genealógico y un poco de historia... Deberíamos escribir una novela de época entre los dos, tenemos todos los ingredientes: una familia importante, un negocio, hijos, la guerra…
- Y lo que continua ¿no?, la historia de los fachillas, la del exilio de la abuela Aurora…Tú sigue buscando ya hablaremos cuando llegue ¿de acuerdo?

La familia había estado a favor del alzamiento, todos menos dos hermanas de Amado, la abuela Aurora y su hermana Rosa que salieron republicanas y comunistas. Otro hermano, Julio murió en el frente, de ahí que Amado, que era el mayor, se preocupara tanto por sus hermanas, sobre todo por Aurora. Esta se había casado con un militante comunista y al terminar la guerra tuvieron que exiliarse, cuando se quedó viuda volvió a España, gracias a la ayuda de su hermano. Amado quería que se quedara en el pazo, pero Dulce se negó a compartir su casa con “la comunista”, entonces él, incapaz de enfrentarse a su mujer, se contentó con buscar un lugar para su hermana y le proporcionó un trabajo en la tienda de muebles de la familia. Con el tiempo las asperezas fueron suavizándose y cuando nació el primer nieto de Aurora, Suso, las visitas al pazo se hicieron muy frecuentes.

Sinda el viernes de su partida cargó con las libretas que había escrito el tío Amado. Ella lo había conocido y tratado mucho porque su familia veraneaba en el pazo familiar.

El viernes por la noche Sinda llegó al pazo, donde vivía Suso.

- Tu curiosidad no se acabará fácilmente, mira todo lo que te he traído- le dijo descargando de la maleta el montón de cuadernos- Estoy un poco asustada por lo que explica el tío.  Por teléfono no te lo quise decir claramente, pero aquí hay cosas que no me hacen ni pizca de gracia
-  Tranquila, Sinda. Déjame que las lea con calma y ya hablaremos.

Suso empezó esa misma noche la lectura de las libretas. La más antigua de ellas era del año 1930, Amado relataba numerosos detalles relacionados con el negocio. Era curioso porque en más de una ocasión escribía angustiado sobre algo tan insignificante como las visitas, obligadas una vez al mes, a la serrería. Decía que sólo pisarla empezaba a sufrir porque el polvo le envolvía los zapatos inmediatamente. Comentaba más adelante que había decidido llevar siempre un par de repuesto en el coche, para no tener que padecer con la visión de sus zapatos sucios. No era un diario, simplemente unas libretas con anotaciones. Comentaba cuestiones familiares muy concretas, hipótesis sobre las relaciones de su hermana Aurora con grupos de izquierda y de la influencia de ésta sobre la menor de las hermanas, Rosa; también cuestiones relacionadas con la casa, los sirvientes, la gente del pueblo…

El sábado por la mañana, durante el desayuno ambos intentaron hacer memoria sobre el carácter de Amado: Elegante, cariñoso y siempre dispuesto a atender a todo aquel que lo necesitara, Sinda tenía muy presente, cuando, estando en el pazo, aparecía gente desconocida para ella, que se encerraba en el despacho de Amado, y a los que veía entrar con preocupación y salir aliviados. Por el contrario, su mujer, Dulce, quien, a pesar de su nombre, era todo lo contrario, se movía por las estancias como contrariada, siempre de mal humor, quejándose de casi todo, incluso de las cosas más insignificantes, tanto Sinda como Suso habían presenciado algunas discusiones muy fuera de tono, en las que Dulce increpaba a su marido porque éste le suplicaba que buscara otro color, que no fuera el rojo, para las cortinas. Ella entonces aprovechaba, cambiando de tema, para criticar su insensatez, relacionándose con todo el mundo. Las discusiones siempre terminaban igual, Dulce aprovechaba para criticar a la gente del pueblo y hablar de la paz y la justicia que les había proporcionado su admirado Generalísimo.

En las libretas que coincidían con los tres años de guerra civil, había sólo frases cortas escritas al vuelo que traslucían los sentimientos de Amado: Su irritación por tener que ir al frente a luchar, dejando a su mujer recién casada y al resto de la familia; su desespero por la muerte de su hermano Julio; su morriña de la tierra; los terribles recuerdos de la sangre derramada: “Odio el rojo” decía, “el rojo de la sangre sobre los caminos, el rojo en mis manos al intentar dar consuelo al moribundo, el rojo que no consigo limpiar adherido a mi camisa”

Más adelante explicaba su vuelta al hogar y durante años repetía la misma frustración:

“No llega el hijo deseado. Dulce me hace culpable a mí, dice que es como si mi semilla se me fuera con mis plantas, pero ¿qué tendrá que ver mi amor por la naturaleza, le digo yo?” En una libreta del año 41, en la que faltan algunas páginas se lee: “Dulce se aleja de mí, yo busco algo que vuelva a unirnos, pero a ella no le interesa nada de lo que yo hago. Desde hace algunos meses ha empezado a colaborar con la Falange, va a reuniones, o incluso las organiza en nuestra casa, yo me mantengo al margen, no quiero saber nada con esa gente, me producen desasosiego. También Dulce me engendra cada día más temor. No sé qué hace, pero intuyo que nada bueno.”

- Sinda, ¿has leído todas las libretas?
- No. Las he hojeado, la que leí medio tan mal rollo que las dejé…
 - ¿Conocías la afición del tío?
- ¡Las mariposas! Sí, ya sé que le encantaba cazar mariposas, muchas veces de niña lo acompañaba al campo y me acuerdo de que siempre insistía en que me fijara en sus colores. –Mira, filliña, no encontrarás en ningún lugar unos colores tan vivos,- me decía. Pero, la verdad es que no sé que hacía con ellas, supongo que el placer consistía en cazarlas ¿no?
- No, no. Las trituraba para extraer unos polvos de colores con los que luego se pintaba la cara.
- ¡Qué dices! Yo nunca le vi maquillado.
- Ni yo, porque lo hacía en la intimidad.
- Ahora que lo dices, me acuerdo de un día en que yo andaba buscando no sé qué y detrás de unos libros encontré toda una hilera de potecitos con colores.
-¿Y no le preguntaste?
- Supongo que sí, pero no recuerdo lo que me explicó.

El lunes por la tarde le tocó el turno a la libreta del año 42.

- Sinda, ¿es esta la que te asustó cuando la leíste?
- Sí.
- Sabes, este tema se repite en la del año 43 y 44.
- Lo imaginaba por eso no seguí adelante.
- ¿Las leemos juntos? Creo que está muy claro lo que ocurrió. Escucha:

 “Pobre de mí” -dice Amado, y continúa- “ayer seguí a Dulce hasta los terrenos más alejados del pazo. Yo creía que la encontraría en brazos de otro…entonces, al ver que llegaba un coche me escondí, bajaron dos hombres con uniforme de falangistas y otro al que llevaban maniatado que repetía, “pobre de mí”, sin entretenerse le hicieron poner de rodillas y así tal como estaba le pegaron un tiro. Todavía retumba en mis oídos el sonido. En un segundo reviví la guerra… y luego, allí mismo abrieron una fosa, arrojaron el cuerpo dentro, y echaron dos paletadas de tierra encima. Y Dulce, mi mujer, allí, organizándolo todo. Dios mío, cómo puede ser que estos tan cristianos no sólo maten, sino que dejen un alma sin asistencia alguna”

- ¡Uff! Qué horror
- Sí, y más adelante:

“Han pasado cuatro meses y ayer volvió a ocurrir. Fue la repetición de la primera y digo primera vez sin estar muy seguro de que no hubiera ocurrido antes, a saber, cuantos desgraciados están bajo esta querida tierra mía. Ayer cuando Dulce se metió en su habitación, a las dos de la madrugada, me acerqué a la improvisada tumba. La tierra removida hizo muy fácil la localización de la fosa. Desenterré el cuerpo y con sumo cuidado, devorado por la tristeza, le limpié el rostro para ungirle la frente con polvos de mariposa”

- En los cuadernos de los dos años siguientes se repite al menos cinco veces más la historia.
- ¿Y por qué con polvos de mariposa?
- Explica algo más adelante, luego te lo leo. ¿Y el miedo que le tenía a Dulce? Bueno, más que a ella, a sus ataques. Por lo que he leído, cuando la tía se sentía contrariada, le cogían unos terribles ataques histéricos, se tiraba la suelo, se amasaba los cabellos, en fin…por lo dice Amado, eran escenas terroríficas.
- Yo una vez presencié una de ellas. ¿Tú no te acuerdas?
- No…
- Sigue leyendo, ahora ya sé lo que puedo encontrar.

“Mi vida, a mi pesar se ha ido llenando de plomo, ahora jamás me pinto la cara, porque una vez al hacerlo me imaginé metido en la fosa con los otros, compartiendo su misma suerte. Sólo espero que mis polvos dulces de mariposas se conviertan en las alas que fueron y ayuden a esas pobres almas a iniciar el vuelo hacia el otro mundo”

-Y ¿dice si se lo contó a alguien?
- Sí. Un día, cuando habían terminado “los paseos”, se lo explico a nuestra abuela Aurora. Entonces entre los dos plantaron flores hasta convertir el lugar en un hermoso jardín.  No llores mujer…
- Si es que lloro, no por ellos, sino por esa historia nuestra, por esos tiempos tristes…
- Y ahora qué
- Pues denunciarlo ¿no? ¿o qué?
- ¿Hay alguna organización de recuperación de la memoria?
- Conozco a una gente que ha empezado a moverse, a investigar, aunque la Xunta no les pone las cosas fáciles.
- Y qué hacemos, ¿les damos los papeles tal cual?
- Primero deberíamos hablar con el resto de la familia y entonces entre todos decidimos. Desde luego estos papeles son fundamentales...
- Espero que sean razonables y que no se opongan a que se busque a los muertos.  ¿Justicia se llama? ¿no?
- Mañana sin falta les llamamos.
- Gracias, Suso, no sé que habría hecho sin ti.
- Sin mí, no. Gracias al discreto Amado que se aseguró de que no se olvidara el horror.


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