El metro




No había nada que le pudiera detener. Había salido de casa como una flecha pero al llegar a la esquina ya había olvidado el lugar al que se dirigía. Se paró en seco e intentó buscar en su cabeza qué era lo que le había expulsado a la calle con tanta premura. No consiguió recordar nada pero no quiso volver a su apartamento. Empezó a caminar, obligándose a hacerlo poco a poco, hasta que llegó a una boca de metro. Bajó las escaleras a contracorriente de los turistas y una vez en el andén esperó la llegada del siguiente metro. Tres minutos, observó en la pantalla. Cuántas esperas había realizado a lo largo de su vida, cuánto tiempo había pasado bajo tierra en los últimos años… muchos, demasiados. Sin embargo se sentía bien a refugio de todo lo que sucedía en el exterior. Poco a poco se fue calmando y empezó a observar a la gente que, sin reparar en él, subía y bajaba de los vagones. Fueron muchas las personas que pasaron a su lado durante la hora que permaneció sentado en aquel banco del andén; fueron muchas las que él observó con curiosidad buscando alguna cara conocida. Nadie, no conocía a nadie. Estaba solo y entonces recordó lo que había salido a buscar. Su casa se le caía encima, su mujer le había abandonado hacía dos semanas y desde entonces no había pisado la calle. No había hablado con nadie; no quería. Recordó todos los reproches de su mujer, recordó todo lo que él había antepuesto a su vida con ella, recordó cómo la relación se había ido apagando y también los últimos meses de discusiones a través del teléfono móvil, en el metro, con el ruido como  fondo. Luego, en casa, ella no le quería hablar, las palabras entrecortadas dichas a través del móvil parecían no existir cuando estaban uno frente al otro. Sin embargo, al día siguiente ocurría lo mismo; parecía que el metro y el teléfono eran los lugares adecuados para ir rompiendo poco a poco su matrimonio. Tuvo que estar bajo tierra para recordar y ordenar los reproches. Hoy, solo en el andén, se dijo que el mundo de las palabras debía de tener otro lugar, un lugar abierto para ser comprendidas. Había salido buscando respuestas, intentando rescatar lo perdido en los trayectos diarios y, aunque pareciera absurdo, allí solo, dejando pasar los metros que no  necesitaba, se sintió distinto; se sintió con fuerzas para volver a empezar, al fin y al cabo ¿qué era la vida sino coger el tren correcto hacia la felicidad?

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